domingo, 29 de junio de 2008

Tiempo de no tiempo


Llevo un par de semanas, quizá más, sin escribir nada en el blog, apenas he encontrado tiempo para sentarme en mi sillón roto y encender el ordenador. Al menos hemos empezado ya la jornada intensiva y, se supone, que llegaré a casa antes. No sé si entonces tendré ya mas tiempo.

Hace un mes que adopté a un bebé gatuno. Perdido en mitad de un jardín inmenso, el bicho lloriqueaba buscando a su madre. ¿Abandonado? ¿Perdido? ¿Víctima del Destino? El caso es que me costó pillarlo. El canijo era bien escurridizo y, aunque pequeño, el muy salvaje tenía una garras y dientes de aupa (mis brazos y manos todavía guardan las cicatrices de aquel momento).

Pensé, que como todavía era muy pequeño (me fue imposible descifrar su sexo), tenía que llevarlo a casa, cuidarlo, mimarlo. Una que siente debilidad por los gatos. ¿Ahh, he dicho ya que era muy pequeño? ¡¡Y qué mono era!! Sí, me enamoré.

Cuando se lo enseñé a mi madre le dije que no se preocupara, que cuando creciera un poco se lo encasquetaría a mi abuela, que le vendría bien un gato en la casa de la huerta, sobre todo ahora, cuando los bichos trepadores hacen alarde de intrusismo en su casa. ¿Acaso existe un insecticida más ecológico que un gato? Además no son animales de molestar, ni tampoco suelen mearse en la casa…
Supongo que en el fondo, ambas sabíamos que ‘el bebé’ se quedaría con nostras mucho más tiempo.
Ya ha crecido algo, ahora ya se sube a la cama de un salto y su sexo ha empezado a cobrar forma. Sí, es un ‘machote’. Un gatito precioso. Impertinente, maleducado, curioso, aventurero, juguetón pero, sobre todo, sorprendente. Al principio teníamos miedo por los demás bichos de la casa, a ver cómo lo aceptaban pero ‘el canijo’ ha sabido ganarse el afecto de todos. Ha hecho buenas migas con Ulises, que era el que más me preocupaba. No para de ir detrás de él (y mira que al ‘viejo’ no le hacía ni puta gracia el renacuajo, se le bufaba cada vez que se le acercaba y ahora, hasta deja que el ‘bebé’ le busque las tetillas para mamar… ¡Qué gracioso!

Últimamente, había optado por ‘recluirme’ en casa. A excepción de algún concierto que otro, de contadas escapadas al centro para tomar unas copas en plan tranqui o de ir de compras con una amiga, mis relaciones sociales se limitaban al trabajo, al diálogo con algún vecino en el ascensor y al satélite digital. Lo reconozco, estoy enganchada a algunas series. No soy persona si no tengo cerca un mando a distancia (y sin un montón de canales que pasar mil veces).

El periódico El País ha empezado a “regalar” una colección de música chill out. Cuando me enteré sentí que tenía que coleccionarla, total, por un euro más… Además, el periódico me sale gratis. Mientras escribo esto, estoy escuchando la primera entrega. Sí, creo que me irá bien este tipo de música. Necesito evadirme, relajarme… desconectar… como el fin de semana pasado.

Fue algo precipitado, pero qué leches, así salen las mejores cosas así que me fui, con un par de amigas, a Mojácar. Otra vez.

Creo que era la cuarta vez que iba por allá. El pueblo, igual de blanco que siempre sigue tan bonito como recordaba. Eso sí, repoblado por 17 generaciones de gatos desde la última vez que merodeé por sus empinadas calles. Son tan, pero que tan chulos… Me encantan.

Como el Moresco andaba de reformas nos pillamos un apartahotel en el Pueblo Indalo, a unos 5-7 km del ‘peñón blanco’. Estábamos en lo más alto, en la calle El Mirador. Entre paredes blancas, brillantes bajo un cielo azul impresionante. Y el mar… siempre el mar de fondo, con cientos de destellos color plata. Bonito escenario para enamorarse. Qué pena que no surgiera la chispa.

Mojitos a piñón en la terraza del Loro Azul, una exhibición un tanto precipitada de caopoeira y unos ligues procedentes de ‘La ciudad de los Juguetes’. Repito, qué pena que no surgiera la chispa.

‘Estás como ausente’ me comenta uno de los chicos de la Ciudad de los Juguetes. ‘Yo es que soy ausente’, le contesto sin ganas de darle pie para que continúe con su cuestionario. Supongo que le parezco ‘interesante’. No es mi intención parecer nada. Al final el tipo me cae simpático. A excepción de uno que se las daba de Brad Pitt, de ‘ Tom Cruisease’ como dice el ‘brasileño’ de la capoeira, todo el grupo me caen bien, parecen majos, incluso él mismo, ‘el brasileiro’, ‘mujeriego y charlatán como todos los negros de exótica procedencia’ (según mi amiga, la de la presencia y que, después de lo visto, creo que no se equivoca). Alcohol, diálogos surrealistas y un ruso de 18 años que se une al grupo (es amigo del brasileño) y que nos cuenta cómo triunfar y ganar pasta sin necesidad de hacer una carrera, que su meta consiste en empezar de ‘matón’ para luego ir ‘subiendo’ y ‘abarcar más’… Dice que va a llamar a ‘unos que conoce’ para que nos lleve no se dónde… Me acojona un poco, pero estoy borracha.

Sí, pasamos un buen finde. De madrugada mi madre tiene un traspié y hay que llevarla a Urgencias. Después de pasar toda la mañana en el Hospital, de las correrías de mi progenitora a horas intespectivas, el traumatólogo nos dice que cómo viene ‘andando’, que tiene una vértebra rota y que se podía haber quedado parapléjica.

‘¿Pero entonces ya no se va a quedar en silla de ruedas?’ Pregunto. El médico asiente, ‘si ya no le ha pasado, no creo que la fractura vaya a peor, pero hay que operar y luego es preciso ponerle un corsé ortopédico que tendrá que llevar, por lo menos, durante seis meses. Todavía no me puedo creer que pueda andar. Su madre tiene una tolerancia al dolor inaudita”. ‘¿Qué le voy a decir a usted?’ pienso para mis adentros. De refilón, no puedo apartar la vista del otro médico. Jamás había visto a un tío tan guapo. Podría haber surgido la chispa entonces. Supongo que no era el momento. Mi madre, su vértebra rota, el dolor mudo, el traumatólogo hablándome de la operación y mi facha espantosa. ¡Joder, menuda pinta que llevaba! Quiero llorar. No es justo, yo suelo estar más buena… pero es que aquella ropa no me hacía justicia. El traumatólogo sigue hablando y por un momento me siento mal por pensar sólo en mí. Levanto la cabeza y descubro a unos impresionantes ojos azules mirándome. ¡Pero qué guapo es! Me sonríe, como si fuera capaz de leer mis pensamientos (¡qué vergüenza!), giro la cabeza e intento mirar a otro lado. Se levanta, pasa justo delante de mí. Puedo olerle (y él a mí). Se vuelve a girar, me mira (a tan sólo 5 cm de distancia) y yo, más estúpida que nunca, aparto la mirada… Mi querido Dr. Córdoba, si tu supieras…

Ya, de vuelta a casa, soy consciente del poco tiempo que me queda para mí. Mi madre y su ‘corsé mágico’, que apenas le deja movilidad; mi hermano y su eterna fascinación por la Muerte…

Hoy más que nunca me gustaría escapar. Pero no, no puedo. No tengo tiempo.

2 comentarios:

ecgeson dijo...

Siempre, hagamos lo que hagamos, nos falta tiempo. Por eso el que tenemos, hemos de aprovecharlo. Mucha intensidad en lo que cuentas, desde el gatito... cuyo nombre no recuerdo hasta el médico de ojos garzos... Siento lo del accidente.

Anónimo dijo...

y tienes tiempo para pasarte y opinar??

http://www.mutantesdelsegura.blogspot.com

no ocupa mucho :)