viernes, 29 de febrero de 2008

¿Un día raro?


29 de febrero, día de las Enfermedades Raras (tal vez habría que sumar la mía) y 7 horas más de trabajo no retribuido al mes. Limpiando la terraza he derramado un chorro de lejía sobre mis calcetines favoritos. Unos a rayas lilas y grises, largos e increíblemente considerados por no cortar la circulación de mis piernas. Eran fantásticos y, estéticamente, creo que tendrían posibilidades en un supuesto certamen “mister calcetín del año”. Ahora, y después de la ‘crueldad’ de la lejía, parecen un poco underground, “raritos” como el día de hoy aunque muy “molones” en una fiesta bizarra en pleno subsuelo de París. Siento algo de congoja por mi par de calcetines mutilados. Sé que suena raro pero es que yo soy muy sentimental y me emociono con casi todo. La verdad es que siempre he creído que las personas terminamos atadas a ciertos objetos y que, independientemente de su naturaleza o función, es como si existiera algo en ellos capaz de marcar la pauta de nuestro comportamiento, conectándonos de por vida.

Hoy leí en un periódico que se había descubierto un crimen por unas cartas que alguien encontró en el piso de un tipo que acaba de morir. Al parecer el asesino en cuestión había matado a una mujer dejando únicamente tres testigos: el fiambre, él mismo y las cartas que escribió confesando todo lo que había hecho. A no ser que el espíritu de la muchacha terminara apareciendo en plena sesión de guija de Íker Jiménez y Carmen Porter, no se me ocurre otro momento más cool para resurgir y contar toda la historia. En cuanto al asesino, mejor quedarse calladito, que el rollo de ir de intrigante y de serial killer egocéntrico nunca termina bien. ¿Y qué decir de las cartas de confesión que el asesino escribió?… buff, dada la triste vida social del susodicho, seguro que hasta creyó que jamás nadie tendría acceso a ellas mientras viviera. Y no se equivocó. ¿Puede existir algo más triste? Para que luego digan que el asesinato perfecto no existe…

domingo, 24 de febrero de 2008

Atreverse



Estoy sentanda en plena calle, observando a la gente que pasa delante de mi. Me desconcierta ver a un tipo que lleva los zapatos del revés. Veo cómo camina, con dificultad; por momentos parece que intenta mantener el equilibro. Sus pasos resultan grotescos, antinaturales. No puedo apartar la vista, la curiosidad me puede así que cuando está justo a mi altura le pregunto: "¿señor, no se ha dado cuenta que lleva el zapato del pie izquierdo en el derecho y el derecho en el pie izquierdo?". Mi excéntrico desconocido me mira y sonríe. Finalmente me responde que claro que lo sabe pero que si se pone los zapatos del revés es porque así se da cuenta de lo bien hechas que están las cosas y que todo tiene un sentido, una razón de ser. Poco a poco veo cómo se aleja. A unos veinticinco metros se da la vuelta y me grita: "!Deberías probar!"

jueves, 14 de febrero de 2008

100% imperfectos



Corre y de vez en cuando se gira tratando de ver cómo de rápidos son mis pasos. La pobre, ni siquiera sabe que, para mí, tan sólo es una maraña oscura en movimiento y que la indefensa, siempre, soy yo. Intuye mis movimientos y estoy convencida que, a veces, sabe exactamente qué estoy pensando. La verdad es que a su lado me siento el ser más torpe del universo. No creo que exista una criatura más perfecta.


domingo, 3 de febrero de 2008

Feliz 4 de febrero

Dice que prefiere pasar la tarde del viernes en casa, que no le apetece salir pero lo cierto es que ha empezado a desvariar por culpa de un alcohol de nombre impronunciable y que ha terminado por envenenarle su corazón ya de por si aturdido. La música no ayuda. Una compañera de trabajo le grabó lo último de Bebo y el Cigala. Lágrimas negras brotan en una atmósfera que se caldea por momentos. Aunque no tiene aparatos eléctricos que calienten el cuarto y sus pies rozan desnudos el suelo, la temperatura de su cuerpo asciende, como si caminara por un desierto africano. En un momento de euforia se le ocurrió llamar al Corte Inglés y encargar unas bonitas flores para regalar. Recordó un cumpleaños que nunca tuvo la oportunidad de celebrar y pensó que sería un puntazo hacer un regalo anónimo. Por un momento imaginó la cara de la receptora, flipando al ver su dedicatoria… Sonrió al pensar que tal vez sería la última persona en felicitarla y que le haría ilusión. Le pareció una idea romántica aunque absurda pero como estaba borracho descolgó el teléfono y realizó su pedido. La chica que le atendió tuvo que consultar lo que parecía una “excentricidad” por su parte: le dijo que sólo quería hacer una entrega anónima, con un mensaje personal pero sin “pruebas” que pudieran “identificarle”. En un principio no había problema pero después de revelarle todos sus datos bancarios y personales, resultó que el código postal de su querida destinataria “no aparecían en el ordenador”. “Es lo que tiene vivir en un pueblo de mierda, que ni el Google Earth lo reconoce”- pensó. Como la dirección “parecía defectuosa”, la chica del Corte Inglés, amablemente, le pidió otro teléfono (el de la receptora o el de un amig@) “por si el chaval de reparto tuviera que echar mano del móvil”. Fue entonces cuando su idea romántica cayó en picado, regalando las exóticas flores que había elegido a otro con mejor suerte. Se tumbó en la cama y pensó que nunca nadie sabría nada de aquello.