jueves, 21 de agosto de 2008

Los adoquines de Praga I


Este verano, y por primera vez en un par de años, he tenido unas vacaciones en condiciones. La verdad es que reservé mi vuelo un tanto a ciegas, sin saber muy bien cuándo tendría vacaciones.

La cosa empezó hace poco más de cinco meses cuando, aún sin tener nada claro y por eso de perder un poco de tiempo en el curro, una amiga y yo, vía conversación telefónica, nos pusimos de acuerdo para reservar un vuelo a Praga en agosto.

Nos pillamos un vuelo más o menos económico. Por poco más de 300 euros volamos desde Alicante, haciendo escala en Frankfurt, a Praga. Si no viajas al Reino Unido, los vuelos, desde Alicante o Murcia, no resultan tan baratos. ¡No sé de dónde leches se saca la gente los trayectos por menos de 50 euros! ¿Publicidad engañosa? Es un tema que me da para otro largo ‘post’.

En fin, de Air Berlin a Czech Airlines pasando primero por Frankfurt y por el puto detector de metales de esta ciudad germana y que, al parecer, es muy sensible porque casi tenemos que dejarles el sujetador. En fin, todo sea por la seguridad aérea. Lo peor de todos los trasbordos es tener que sacar la tarjeta de embarque en ambas escalas, salir y volver a entrar. Menos mal que estos aeropuertos son relativamente pequeños (a la vuelta: Praga - Dusserdolf-Alicante), aunque eso sí, las maletas fueron directas a su destino en ambos viajes. La mía llegó casi a pedazos.¡Pobretica! Desde aquí, hago un llamamiento al personal que se encarga del mantenimiento de maletas en los aeropuertos. ¡¡¡Un poquito de cuidado, joder, que parece que os pagan una comisión los fabricantes de Samsonite!!!

Nos plantamos en Praga el 16 de agosto, sobre las 21,00 horas. El trayecto del aeropuerto a la ciudad nos costó poco más de 600 coronas, unos 35 euros más o menos. Según el tráfico, se tarda cerca de media hora. Por suerte, la peña allí controla el inglés así que no es complicado entenderse con la gente, aunque tu taxista parezca tener más años que Matusalén.

Después de instalarnos en nuestro hotelillo, que también reservamos por internet, el Athenea Palace (cerca de la entrada del metro Karlovo náměstí, y del famoso edificio Ginger and Fred), nos dispusimos a patearnos un poco la ciudad en busca de su famosa cerveza.
Creo que fue la única noche que no lloviznó. Durante el día, y la semana que estuvimos en esta increíble ciudad, hizo calor pero por la noche siempre terminaba lloviendo. Una lluvia fina, casi imperceptible pero que te cala hasta los huesos sin que apenas te des cuenta.

La primera noche, terminamos en un pub subterráneo donde el superéxito del Reggeton “Le gusta la gasolina” (o algo por el estilo) sonó con gran estruendo. ¡Otra cerveza, por favor, que me quite el mal sabor de boca (y oído)!
Salimos medio piripis de la Pilsner Urquell, la cerveza típica por excelencia, y de aquel escándalo musical. Después de pasar una semana en Praga y de frecuentar tabernas e infinidad de cervecerías, tampoco es que tengan gran variedad de cervezas… (es mi opinión personal, vamos). Está la Pilsner, la Gambrinus, la Kozel…, ésta última, a mi gusto, es especialmente buena.

Con la borrachera en ciernes, de camino al hotel y en mitad de un escaparate de bolsos plastiqueros, un tipo descarado me echó mano al culo. Desde el ‘noctambus’ de París (el autobús más intespectivo de la ciudad) no había visto semejante atrevimiento.

Dicen que Praga se ve en dos días, probablemente sea cierto pero si de verdad te interesa conocer la ciudad, llegar hasta los rincones que escapan a las guías, sólo te queda deambular de día y también de noche, perderte, preguntar… porque la ciudad, ya de por sí mágica, cambia de manera sobrenatural al caer el sol y comenzar la lluvia, además, es cuando salen los ‘bichos raros’.
La única pena es que, en las fechas que fuimos, plena temporada de ‘turisteo’, las calles, sobre todo las más emblemáticas, están llenas de peña. Orientales, muchos europeos (sobre todo italianos) y, por supuesto, mucho joven mochilero… ¡Qué tiempos aquéllos en París y en Ámsterdam…!

Es raro alejarte unos cuantos metros y no escuchar un acento conocido: gallegos, de Castilla León…, catalanes…, de Andalucía… ¡De verdad que estamos en todas partes y no comos los chinorris!!!

Durante los primeros días conseguimos levantarnos medianamente temprano. Teniendo en cuenta que el desayuno estaba incluido en el precio del alojamiento, intentamos ahorrar y ya de paso tomarnos el típico desayuno checo. Demasiada salchicha, texturas un tanto a ‘foi-gras’, salsas espesísimas… embutidos grasientos… Definitivamente, yo con un café y una tostada me apaño. En las comidas y en los horarios es donde más se nota el choque cultural pero de todas formas había que probar… ¡buahhhggg! ¡Eso sí, la gente allí…, muy maja!

Desayunamos, nos acicalamos y salimos el primer día, con los tobillos todavía intactos, a comernos la ciudad. Que si fotos en el Ginger and Fred, el edificio que semeja una pareja bailando, de ahí el nombre…, ‘la Perla de Praga’, como dice el vinilo de la puerta; las primeras vistas al Moldava… y los famosos puentes que lo atraviesan…, las torres de la Catedral de San Vito dominando el puente Carlos y el Castillo, la pequeña Torre Eiffel a lo lejos, la isla de Kampa donde empezó a forjarse la leyenda del muro grafitero de Jonh Lennon…

Justo antes de aventurarse en el Gran Puente, delante de la estatua del monarca, hay varias tiendas de souvenirs. Llama la atención una tienda de marionetas, uno de los regalos clásicos de esta ciudad. De fondo, música flamenca, y si se enteran de que eres español te presentan, en un perfecto castellano, las marionetas de Don Quijote y de Sancho. Son bastante caras, pero puedes conseguir fotos interesantes y muy originales.

Para llegar aquí, desde nuestro hotelillo, y una vez 'requetepateado' el trayecto del río Moldava, nos pillábamos el tranvía. El número 18. Un transporte que, por cierto, en esta ciudad parece que es gratis!!! A unos pocos metros del puente que conduce a Malá Strana, otro barrio turístico situado a los pies del Castillo, está la calle Siroká, una de las columnas vertebrales de Praga. Por esta calle vamos al antiguo Barrio Judío donde podemos ver todas las sinagogas de la ciudad: Maisel, la Pinkas, la Vieja Sinagoga..., el Antiguo Cementerio judío… ( Kafka está enterrado en el Nuevo). Merece la pena ver la Sinagoga Española, sin duda, por su decoración morisca, es la más bonita de todas. En las sinagogas no se puede hacer fotos y en el Viejo Cementerio es necesario sacar un permiso especial para hacerlas. Justo al salir, otro montón de puestos de souvenirs. Imanes, Golems en miniatura… y un sinfín de regalos que sacian el auténtico espíritu consumista-turístico.

No es que en la actualidad vivan muchos judíos por la zona pero sí que podemos encontrar una buena oferta de ocio en estas calles. ¿Herencia del ‘poderío económico que se amasaba aquí…? Además de las tiendas de ropa más chic (Channel, Louis Vuitton…, etc.), también está el Café Kafka, el Club Roxy, el Bombay (el bareto de moda de este verano) o el fantástico Tretter´s bar…
Bueno, aquí, mejor ir por partes. El Café Kafka no debe su nombre a que el escritor pasara tus tardes en dicho local inventando personajes o soñando con cucarachas gigantes… En realidad, sólo es un café, bonito, eso sí, que ha tomado el nombre del escritor. En cuanto al Roxy, llegamos de casualidad el sábado 16 de agosto. Borrachas para variar y después de discutir el precio de la entrada con el portero (las entradas en los clubes de Praga, por muy cutres que sean, no incluyen consumición y a partir de qué horas, el precio de las bebidas sube), terminamos en este ‘templo del techno’ con el que al final tuvimos un altercado con una estúpida camarera. Aquí, en el Roxy mi amiga coincidió con el cuñado de su hermana que iba con dos amigos más que se alojaban en un albergue cercano.¡El mundo, que es muuuuy pequeño!

Sin duda, mención especial merece el Tretter´s bar. Para aquellos a los que no les guste la cerveza, que tengan el estómago un poco harto de tanta Pilsner o simplemente quieran disfrutar de un ambiente más glamuroso, está este local. Es un bar donde los protagonistas, además de los cócteles, son los barmans, ¡igualitos que Tom Cruise en Coktail! En verano, cuesta pillar mesa, siempre está todo reservado pero si pasas por aquí, mejor búscate un hueco en la barra. Da gusto ver cómo preparan los combinados ¡Además, hay un guapetón con perilla y pinta muy seria que da mucho morbo! Los cócteles están muy elaborados, con todas las ‘pijerías’ del mundo y tienes una gran variedad donde elegir!! No resultan demasiado caros ¿Punto débil? La música, porque parece el anuncio de un disco de música de los ochenta (de los años 80’). Suele cerrar a las 2…, 3 de la mañana, según el día de la semana. Luego, si preguntas a la camarera dónde seguir la fiesta, puede que te mande al Bombay, que también está cerca. Pero en éste hay demasiados ‘niños’ y, de nuevo, ‘la Gasolina’ de fondo…

Cerca del Puente Carlos, junto al río, está el Karlovy Lázne. Se supone, que es la discoteca más grande de centroeuropa (y donde iba Eva Herzigova poco después de ponerse el wonderbra a bailar). El club tiene cinco pisos y para entrar tienes que pasar por un tipo con un aparato que detecta ‘metales’ y te registra el bolso. En la puerta, ya te explican gráficamente que está prohibido entrar con pistolas, granadas y demás armas. Por supuesto, la entrada no incluye consumición. No me acuerdo del precio. El club cierra a las 5 de la mañana y en uno de los pisos, puedes ver una especie de Cristo, como el que hay al bajar del Puerto de la Cadena, en plan ‘cibernético’. Allí, casi todo son reservados, a excepción de unos ‘zulos’ que simulan pistas de baile, y el look a lo Ken de Barbie entre los tíos está muy de moda. Como seas moreno, estés algo bronceado, y ya si eres tía…, se te echan (casi literalmente) encima. Muuuchos ‘guiris’ en este antro y unas ganas de `pillar’ fuera de lo normal.
A esta discoteca fuimos con unos chavalines que conocimos en la puerta. Mi amiga y yo no sabíamos muy bien dónde ir. Un brasileño, un sevillano y un cordobés nos ‘empujaron’ al club de la Herzigova. Más Pilsner, algún cubatilla con algún ron extraño y mucho maromo metiéndote la pierna. Exágerao… El primero en ‘pillar’ fue el sevillano. Empezó una conversación con una austriaca que, al parecer, estaba en su mismo albergue.¡Cómo le enroscaba la pierna la tía! Joe, ni Indiana Jones se hubiera escapado!!! Y como la amiga de la colegui no iba a ser menos, pronto se lanzó a los brazos de un chavalote con pinta de plástico… ¡Éste bien que le metía mano a las tetas! Mientras, el brasileño le daba clase al cordobés de samba… Fotos por aquí, que si ligue por allá, que si de dónde eres... etc, etc...