sábado, 15 de noviembre de 2008
Los adoquines de Praga III
Poco más de tres meses han pasado desde mi último viaje, y en mis dos entradas anteriores no he podido contar todo lo que aquella ciudad tan increíble me ofreció.
Para los del hotel supongo que seríamos un par de turistas más, eso sí, totalmente diferentes al resto de la peña que había alojada allí (nunca mostrábamos el ticket que nos identificaba como residentes del hotel las veces que bajamos a desayunar y jamás nos tomamos ni un sorbito de cava. ¡Los turistas allí, beben alcohol a las 9 de la mañana!!! Si al menos nos hubieran ofrecido Freixenet… (en el Tretters’s, te lo dan como si fuera una auténtica delicatessen).
Nuestro Palace Atenea, tenía cierto aire romántico, la verdad es que no tenía ascensor pero para tres plantas... el machote de recepción te sube las maletas de una ‘tajá’mientras tú sólo miras. Era más majo… Además, justo al abrir la puerta, suena una archiconocida melodía de Mozart; cuando llegas a las tantas te da un poco de palo porque despiertas al chaval de recepción que ya anda en el sofá, disfrutando casi del segundo sueño. Qué le vamos a hacer, es su trabajo. En el pasillo que lleva a recepción puedes ver un montón de artículos a la venta entre los que destacan los productos de Ives rocher (esos cutrecillos que te regalan al hacer un pedido). Un poco heavy sí, pero bueno, hay que venderle al turista lo invendible, suelen ser pardillos en todos los países.
Una madrugada, después de abandonar el barrio judío medio ‘piripis’, nos pasamos por el centro, en la arteria principal que cruza Wenceslao para comer algo. Allí, además de estar todas las tiendas de ropa (Promod, Zara, Mango…) hay un montón de pubs, incluso un Mc Donalds 24 horas. Me pedí lo que siempre pido cuando voy a estos sitios, ‘un menú Mc pollo y una botella de agua’. Nos sentamos en la terraza (a esas horas no te dejan quedarte dentro) y contemplamos al resto de la peña que había por ahí: unos extranjeros italianos, todos tíos.
Mientras comíamos, vimos cómo se acercaba un tipo muy raro. Metro noventa más o menos, pasamontañas, ropa militar y una mochila. Acojonaba un huevo. Me vino a la mente la película “Desmembrados”, donde unos mercenarios locos de Europa del Este, viven en los bosques esperando encontrar autobuses de turistas en el camino para, lógicamente, desmembrarlos.
Los italianos salieron ‘por patas’ (el tipo daba miedo de verdad), mientras, nosotras éramos incapaces de apartar la mirada de aquel extraño individuo. Entró en el local, se dio una vuelta y con las mismas salió para detenerse en el escaparate de una tienda que había al lado. A la mañana siguiente, escuchamos un montón de sirenas y pensamos que, a lo mejor, aquel individuo del pasamontañas, la había ‘liado parda’ en la calle.
Otro día, tal y como señalaba nuestro travelling prestado por un generoso administrativo bancario, pasamos por la taberna del soldadito Svejk, famosa por sus almendras, sus entremeses típicos, las historietas que cuentan sus paredes y los músicos que entonan canciones tradicionales a los que no puede pagarles con la calderilla que te sobra, sólo con los “billetes” que vas echando en el saxofón). ¡Tienen un merchandising de la hostia!
En este local unos ‘viejunos alemanes’ nos invitaron a unos chupitos de becherovka y se empeñaron a que tomáramos café en su mesa. Nos tomamos los tapones y, lógicamente, rehuimos amablemente lo de estar ‘codo con codo’ en la misma mesa. Nos preguntaron lo típico, que dónde éramos, si teníamos novio, el equipo de fútbol de nuestra ciudad... Supongo que se quedaron medio impactados por nuestro escote (y que éramos más jóvenes que sus mujeres (¡que seguro que tenían!). El caso, es que nos dieron a entender que las españolas somos muy ‘recatadas’ y que mucho palique pero nada de “tiqui taca”. ¡Joder, si hubiera tenido delante al negrito de CSI o al amigo de Spiderman…!, otro gallo cantaría. En fin, una que es muy diplomática y “recatada”.
He de volver, con un poco más de frío, con escala en París y de la mano de mi alma gemela, donde quiera que esté.