domingo, 20 de abril de 2008

Llorar


Una vez vi llorar a un hombre. No es que no haya visto llorar a otras personas pero en aquel momento, en aquel lugar… donde el olor a flores y a gente, casi toda vieja, se mezcla formando una atmósfera de casi otro mundo, pude sentir su dolor especialmente cercano.
Tendría treinta y cinco años y se encontraba bajo el lecho de su padre muerto. Más tarde entendí que no lloraba por eso.
‘Mi amigo’ contempla casi incrédulo la figura enfermiza y agónica de aquel ser que, ya desde niño, le atemorizaba nada mas llegar a casa.
Me cuenta que su progenitor, después del trabajo solía parar en el bar. Cartas, dominó y vino a raudales. Mientras, en casa, su madre prepara la cena con devoción, pensando en cuál será el humor de su marido esa noche. Suspira y mira dulcemente a su numerosa prole, imaginando, quizá, cómo hubiera sido su vida al lado de otro hombre.
“Que no venga muy borracho”, pide la mujer para sus adentros. Todas las noches la misma rutina. A veces hay suerte y ‘el hombre’ llega tan ebrio que cae medio muerto en el sofá. Otras, la mayoría de las veces, nuestro niño se despierta al oír el llanto casi mudo de su madre. La pobre es incapaz de hacer el mínimo ruido. Le han educado para no molestar a nadie, para tragarse el cuento de lo que pasa dentro de casa no le incumbe a nadie más.
Imagino a ‘mi amigo’, de apenas 7 años, escuchando el estruendo de la voz paterna, profiriendo cosas que no termina de entender pero que en el fondo sabe que son espantosas. Se ha de sentir rabia, miedo y mucho dolor. Hay que ser muy canalla para atemorizar a un niño, para hacer que se haga pis en los pantalones sólo con mirarte.
Mi interlocutor me confiesa que una noche, de esas asfixiantes en las que cuesta horrores conciliar el sueño, su padre, como de costumbre, llegó borracho a casa. Había perdido dinero en las apuestas, así que tenía unas ganas enormes de armar bronca. Sin mediar palabra cogió por los pelos a su madre, la insultó diciéndole que era una “mala puta” y que él, el menor de los hijos, no era suyo. Después de enzarzarse con la madre, corrió a su cuarto, sacándole a rastras de la cama. “Tienes cara de bastardo”, le dijo, mientras lo mantenía en el aire. Fue entonces cuando se meó encima.
Después de tanto tiempo todavía se estremece al recordar el aliento a alcohol en su cara, de unos ojos de animal rabioso mirándole fijamente con desprecio. Jamás podrá olvidar la figura derrotada de su madre bajo los pies de aquel ser despreciable, suplicando que no le hiciera daño.
Durante el funeral, la gente hace corrillos, cuchichea, dan el pésame… pero, sobre todo, callan para sus adentros, como si así, el silencio consiguiera desvanecer la realidad de sus pensamientos. Es entonces cuando ‘mi amigo’ no puede parar de llorar. Se siente como un ‘estafador’, casi un actor mediocre en el papel de una función importante. Llora con ganas, sin reservas, sin vergüenza, igual que un niño pequeño al caerse de un columpio…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te escribo a propósito de tu comentario en el desafío de grupo:
Tienes toda la razón, me salté a la torera lo de que no recordaba nada jajaja pero si te das cuenta nos ha pasado un montón de veces, que sin darnos cuenta hemos contradicho algo de lo que habían escrito antes... en fin, son lapsus, es lo que tiene hacer una historia entre muchas personas, aun así gracias por la crítica jaja